Existen muchos textos sobre el abstencionismo electoral, escritos por destacados académicos que durante años han estudiado el fenómeno. Pero en cada proceso electoral las experiencias sobre el terreno de juego son enriquecedoras. Permitan compartirles lo que observé en las recientes elecciones del Estado de México.
Durante los últimos años, cada vez que me ha tocado conocer sobre un hecho delictivo, a la gente le pregunto: “¿ya denunció el ilícito ante el Ministerio Público?” y salvo delitos graves, la gente me contesta “¿para qué?, nunca hacen nada, sólo es perder el tiempo”.
Una frase muy similar me tocó escuchar estos días en las elecciones del Estado de México al preguntarle a la gente por qué no fue a votar: “¿para qué?, nunca hacen nada, sólo es perder el tiempo”, “aunque uno no vote por ellos, siempre ganan los mismos” y frases similares.
Los estudios de medición de las encuestadoras el día de las elecciones es sobre las preferencias de los que asisten a votar, pues nos interesa saber quién va a ganar. No nos interesa saber por qué la gente no salió o fue a votar. Digamos que ya nos acostumbramos a saber que vivimos una época donde el abstencionismo derrota porcentualmente a todos los que salieron a votar por todos los partidos políticos.
En el Estado de México no fue la excepción, el abstencionismo se impuso y Eruviel Ávila tendrá que gobernar dicha entidad con apenas el 27% del electorado, no obstante haber ganado por 3 a 1 a su más próximo y cercano competidor Alejandro Encinas, en una de las elecciones más inequitativas y desiguales que se tenga memoria.
Seguramente surgirán muchos estudios y análisis porque ganó el PRI con tan amplio margen, pero poco se dirá porque perdieron todos los partidos contra el abstencionismo.
Para la mayoría del pueblo, no acudir a las urnas tiene que ver con ese “perder el tiempo”, la abulia, desgano, desánimo es mayoritario. El común de la gente no está viendo en los procesos electorales nada que tenga que ver con mejorar sus condiciones de vida, sus oportunidades de trabajo, el que los jóvenes tengan acceso a la educación media superior o que se mejore la seguridad pública.
No vinculan los procesos democráticos porque el discurso de la política ya se desgastó, se deslegitimó hace tiempo, la gente no vincula ir a las urnas con nada que le interese, “¿para qué?, es perder el tiempo, nunca hacen nada”.
A lo anterior, hay que agregarle que las elecciones se han convertido en campeonatos de entrega de dádivas de toda clase que implique la compra del voto. Las promesas de campaña se tienen que firmar ante notario porque ya nadie cree que las vayan a cumplir. O tenemos que entregar una tarjeta simulada, La cumplidora, para decirle a la gente que es neta lo que vamos a prometer si se llega a gobernar. En uno u otro sentido, la gente ya no cree. Hemos convertido en un circo lo que debería ser un proceso cívico de la más alta seriedad.
¿Qué implica que más de la mitad del electorado no acuda a votar? Pues que los procesos electorales carecen de legitimidad de origen. Que esa deslegitimidad se transferirá al que triunfe para gobernar, que se está gobernando realmente con minorías electorales que hacen más pesada la falta de consensos para el ejercicio de gobierno, incluso que los márgenes de gobernabilidad se irán acotando conforme avance el desgaste que implica gobernar.
Que estamos simulando vivir en un sistema de partidos políticos preocupados por desarrollar la democracia, pero la verdad es que unas élites controlan la vida interior de los partidos y estos a su vez saben perfectamente bien que no gobierna el que tiene a las mayorías, sino los que ganan las elecciones.
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