En la historia de la ciudad de México, la peor crisis por falta de agua estalló en 1922.
Dos semanas de escasez completa llevaron al límite de la locura a los 615 mil habitantes que había en la ciudad. La sequía provocó un motín que culminó con el incendio del Ayuntamiento, sede del gobierno capitalino, y con una balacera en pleno Zócalo que arrojó decenas de muertos y heridos.
A lo largo de doce días, los diarios narraron imágenes angustiosas. La ciudad hedía. Los baños se habían convertido, más que nunca, en depósitos de inmundicias. No salía una gota de los grifos y gente con la cara sucia (y humor de perros) recorría las calles con baldes en las manos, buscando el líquido que le ayudara a resolver sus necesidades básicas.
Tal vez en ninguna otra ciudad del mundo la misma noticia puede ocupar la primera plana de los diarios con 89 años de diferencia. “¡No hay agua!”, clamaban los titulares de 1922. “¡Sin agua!”, se lee en los cabezales de 2011.
Durante aquella crisis, la imagen más elocuente del desespero la dibujó un vecino de la calle Nuevo México quien, con un pico y una pala, comenzó a cavar en el patio de la vecindad donde habitaba: había considerado que “estando la ciudad edificada sobre un lago, era posible encontrar depósitos de agua, y aun corrientes, a pocos de metros de profundidad”.
El hombre no tardó en hallar un venero de agua sucia, sobre el que los moradores del predio se lanzaron como fieras para lavar trastos, ropas y otros usos. Otros vecinos de la calle hicieron lo mismo. Al caer la noche, pareció que Nuevo México había sido víctima de un bombardeo.
El Sistema Cutzamala de entonces era un modesto acueducto que transportaba agua desde los manantiales de Xochimilco hasta una estación de bombeo ubicada en la colonia Condesa. Según el gobierno de la capital, el descuido de un empleado había provocado que los motores de la estación se averiaran. El 19 de noviembre de 1922, la ciudad despertó completamente seca.
El director de Aguas Potables se apresuró a anunciar que tomaría tres días reparar la maquinaria. El desperfecto tomó mal parada a la población, que desde 1912 gozaba de un moderno sistema de distribución de agua potable. En 14 mil casas de la urbe bastaba con abrir un grifo para que cada habitante pudiera disponer de 240 litros de agua.
Habían terminado los años más negros de la Revolución y la ciudad entraba de puntillas en una etapa de desarrollo y confort. El arquitecto Ignacio Castillo acababa de construir el imponente edificio Balmori. Diego Rivera pintaba los murales del Anfiteatro Bolívar (y conocía a una estudiante de la Escuela Nacional Preparatoria: Frida Kahlo). Acababan de ser inaugurados los cines Olimpia y Odeón, que con el Granat, el Alcázar y el Venecia cobijaban la pasión nacional por el cine mudo. Plateros, decía el poeta López Velarde, era una arteria tan moderna que había dejado de ser una calle para volverse una “street”.
Menudeaban fondas, bares y restaurantes. En lugar de valses, la gente escuchaba jazz, y empezaba a desayunar, en vez de quesadillas, los recién importados cereales Kellogs. Para horror de la población masculina, las mujeres se cortaban el pelo hasta la nuca (para gozo de tal población, también acortaban sus faldas hasta las rodillas).
El golpe fue brutal. Aunque nadie se detenía a pensarlo, el agua era la llave que ponía en funcionamiento la maquinaria urbana: de tajo, ni siquiera Diego Rivera tuvo con qué mezclar sus colores.
Pasaron los tres días, y el agua no llegó. El Ayuntamiento informó que la reparación iba a tomar el resto de la semana. En El Universal de 1922, apareció un titular que era en realidad un grito: “No hay Agua, no hay Agua, ¡No hay Agua!”.
La ciudad entró en emergencia. En los restaurantes era imposible lavar los platos y tirar de la cadena del baño. Tuvieron que cerrar sus puertas. Siguieron los cines, teatros, bares y panaderías. Un articulista encendió la mecha: “Ante la amenaza de que la ciudad agonice de sed y sobre ella se desencadenen epidemias, el Ayuntamiento se ha cruzado de brazos como de costumbre… Ni siquiera se ha hecho público el nombre del empleado causante del desperfecto”.
En las calles se imponía una imagen: caravanas de vecinos que peregrinaban en busca de agua. Muchos se arremolinaban frente a las tomas, intentando abrirlas por la fuerza. Otros debían atravesar la ciudad entera para conseguir un miserable balde en los pozos artesianos de San Rafael y Santa María la Ribera, en donde algunos propietarios obsequiaban líquido a los necesitados. En cada pozo se formaban gigantescos enjambres humanos.
Surgieron especuladores que vendían a precios increíbles el contenido de una cubeta. Volvieron a circular los aguadores del siglo XIX, que llevaban los botes “a 25 centavos para la planta baja y cincuenta para la alta”.
Los titulares periodísticos masacraban el ánimo. “La ciudad desesperada por falta de agua”, “No hay esperanza de que se reanude pronto el servicio”, “Es ya insoportable la situación del vecindario”.
La prensa acusó al gobierno de haber traficado con las piezas de repuesto de la estación de bombeo, “para revenderlas como fierros viejos”. Se dijo también que el desperfecto había sido ocasionado de modo intencional para golpear al Ayuntamiento de cara a las próximas elecciones.
El 29 de noviembre, azuzadas por el líder obrero Luis N. Morones, dos mil personas de diversas organizaciones sindicales marcharon al Zócalo para exigir la renuncia del presidente municipal, Miguel Alonzo. Tres mil personas más se agregaron a la columna. Tronaba, imponente, un grito: “¡Agua, agua, agua!”.
En el Zócalo, los manifestantes lanzaron proyectiles contra el edificio del Ayuntamiento. En respuesta, la gendarmería barrió la plaza con una ráfaga. La multitud se enardeció. Cargó contra las puertas del edificio. Según el periódico de la época, los atacantes fueron recibidos a tiros: “Del zaguán salía un río de sangre que hacía la misma impresión de los caños del Rastro, en las horas de matanza”.
A través de los cristales rotos, un manifestante lanzó una estopa empapada en gasolina. Las llamas se extendieron por la oficina de Licencias y el despacho del Tesorero. Decenas de bolas de fuego cruzaron el aire. El Ayuntamiento que había provocado la escasez, carecía de agua para apagar el incendio.
La violencia se recrudeció hasta que la guarnición militar, con los fusiles embrazados, se movilizó hacia el Zócalo. Esto dispersó a la gente, evitó un desastre mayor. La sed nos había incendiado. En la plaza había 21 muertos y 64 heridos.
Los doce días de horror terminaron el 2 de diciembre, cuando la estación de bombeo fue reparada. Diego Rivera volvió a pintar. El “voto de castigo” hizo que el partido de Alonzo Romero perdiera las elecciones.
El agua iba a ser la maldición de México a partir de entonces.
Actualmente no hay garantía para evitar que el Valle de México vuelva a padecer una crisis por falta de agua, pues el sistema Cutzamala, conformado por 21 mil 500 tubos, tiene como críticos entre 60 y 70 de ellos.
“Parecería nada pero con un tubo que falle puede haber una emergencia”, asegura Antonio Gutiérrez Marcos, director de Agua Potable Drenaje y Saneamiento del Organismo de Cuencas de Aguas del Valle de México.
Tras terminarse la reparación de cinco tubos y la normalización del suministro hacia el Valle de México, el funcionario de la Comisión Nacional del Agua (CONAGUA) recordó que el Sistema Cutzamala “tiene 29 años que no ha dejado de trabajar, desde que se puso en marcha, es un desgaste continuo y es el envejecimiento de los propios materiales lo que provoca su ruptura”.
Por ello, dijo, se encuentran en fase de terminación de un proyecto para la construcción para la tercera línea de conducción. “Es ambicioso y de largo plazo, con un costo aproximado de 4 mil 500 millones de pesos y que tendrá que hacerse por etapas, si se iniciara este año se terminaría al 2014. Entonces esto va a permitir que si se rompiera un tubo en cualquiera de las líneas podrías usar otras dos sin dejar de abastecer a la población”, dijo.
Por su parte, el director general del Sistema de Aguas de la Ciudad de México (SACM), Ramón Aguirre, dijo que las reparaciones que ha hecho la Conagua no garantizan que no vuelva a ocurrir una falla, pues explicó que en un sistema que tiene 30 años de servicio, y que prácticamente ya terminó su vida útil, es necesario invertir en su mantenimiento constante.
Comentó que las reparaciones en el Sistema Cutzamala requieren una inversión anual de cerca de dos mil millones de pesos. En entrevista, dijo que la reciente contingencia por falta de agua en el Distrito Federal puede servir como argumento para que en la próxima discusión del presupuesto, los diputados designen mayores recursos federales a este sistema pues, aseguró, en los últimos cinco años, el promedio ha sido de poco más de mil millones de inversión para su mantenimiento. La reparación de los cinco tubos dañados el domingo significaron una inversión entre 6 y 7 millones de pesos.
Luego de una semana de recibir 40% menos del suministro habitual del Sistema Cutzamala, la distribución de agua en la ciudad de México empezó a normalizarse ayer y se espera que para el sábado 17 de septiembre se restablezca al 100%.
Ayer la CONAGUA la reparación de los cinco tubos que tuvieron “una falla súbita” al momento de que se envió agua al Valle de México y que prolongó tres días más la baja en el suministro. El líquido arribó a la ciudad de México a las 12:00 horas al Río Borracho, ubicado en Cuajimalpa.
De acuerdo con el Sistema de Aguas de la Ciudad de México (SACM) las tuberías empezaron a llenarse a partir de las 14:00 horas con lo que el abastecimiento de agua para los capitalinos empezó a restablecerse, toda vez que desde el lunes y hasta ayer, se aplicó un operativo por tandeo, es decir, en horarios y días determinados para las zonas sur y norte de la ciudad.
El gobierno capitalino reportó que la distribución de agua, a través de 440 pipas, se mantendrá hasta el próximo sábado.
Las delegaciones que presentaron problemas con el servicio, en orden de grado de afectación, fueron: Benito Juárez, Cuauhtémoc, Iztapalapa, Tlalpan, Azcapotzalco, Álvaro Obregón, Miguel Hidalgo, Coyoacán, Iztacalco, Venustiano Carranza, Cuajimalpa y Magdalena Contreras.
El GDF y la Asamblea Legislativa deben poner en su agenda política el tema del agua. No es algo que debe dejarse a un lado y solo recordar cuando existen crisis como la actual. Desde aquí me gustaría invitar a a trabajar en el asunto, y algo que debe tenerse en cuenta para la próxima elección del GDF es que se debe tener nociones de Urbanismo para poder sacar avante a esta Ciudad de Vanguardia. Tomen nota.
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