¿Quién no se ha emocionado alguna vez con el cuento de la cenicienta? Es una historia recurrente, pero que siempre emociona. La idea de una persona que, a pesar de sus deficiencias o adversidades, se sobrepone a su propio destino y logra alcanzar reconocimiento, amor o dignidades que parecía no le serían accesibles nunca. El cine, la televisión, la literatura y hasta el cancionero romántico nos han llenado de esos personajes entrañables, hombres o mujeres indistintamente, que pese a sus condiciones pasan de patitos feos a cisnes y, gracias a la justicia que la historia les hace, se casan con el príncipe azul o consiguen lo que buscan, desde un amor aparentemente imposible hasta una competencia deportiva o un concurso de talento. La receta es tan efectiva que nunca falla y quien lee, escucha o ve una historia con esta fórmula terminará con una sonrisa y con una sensación de que el mundo funciona.
Estamos condicionados a responder favorablemente a este tipo de personajes por dos motivos: uno, porque desde la infancia aprendimos que “así son los buenos” de las historias y nos emociona cuando ganan; el segundo, porque nos identificamos con ellos. Es parte de la magia de ser comunes, es decir, de pertenecer a una comunidad. Ver que alguien como nosotros triunfa nos ayuda a imaginar que nos puede pasar también. Algo así como empatía por identidad y solidaridad.
Creo que a estas alturas, la mayoría de quienes lean este texto ya han visto en You Tube o en las noticias el video de Susan Boyle y se han llevado la misma grata sorpresa de quienes lo vieron en vivo. La mayoría, si lo vimos sin saber de antemano de qué se trataba, pensamos que esa solterona, con apariencia de tener edad más avanzada de la que tiene, rechoncha, provinciana, desaliñada, sin maquillaje, con el pelo hecho un desastre, un vestido de abuelita de comedia, la mirada perdida, fanfarrona, medio tonta y casi ridícula, no sería en un concurso londinense de búsqueda de talentos sino el gran hazme reír; una especie de Sammy (el de Derbez) femenino que te haría carcajear un rato como tantos videos en You Tube. Cuando canta las primeras notas todo cambia. Entre quienes, como los jueces y el público del lugar, oímos por primera vez a esa mujer algo pasa que nos hace un nudo en la garganta. No creo que sea sólo la canción, no creo tampoco que sea la voz maravillosa de Susan Boyle, es más bien que pocas veces se tiene la oportunidad de descubrir, en carne y huesos, una Cenicienta de verdad.
Algo transmite, algo que no sé explicar, pero que nos recuerda a quienes lo vemos que la belleza está en todas partes y que a veces son nuestros ojos, prejuicios y cinismo los que nos hacen ver calabazas donde hay belleza. Sólo sé que hay fragmentos de la canción en que simplemente dan ganas de sacarte el corazón, ponerlo en una canastita y llevárselo a la mujer que canta, creo que eso ha hecho que ya más de 100 millones de veces se haya visto el video en You Tube.
Es aquí donde se aplica lo visto en el modelo Emancipator de PS, antes de querer aplicarlo con los demás debemos hacerlo nuestro, entender y aplicarlo a nuestra vida. No es necesario instruir a la gente sobre la PS, es hacer que uno comprenda al otro sin prejuicio alguno como hacen una minoría de los catedráticos que conozco.
Ella cantó I Dreamed a Dream, de Los Miserables. Yo esperaba que el sueño se le cumpliera y se convirtiera en la cenicienta que es, pero el sábado sufrió un retraso (no una perdida) en su meta, llegara un poco tarde, pero llegara con un mayor ímpetu y apoyo de todos.
Estoy seguro de que ya todos lo vieron, pero de no ser así, es cosa de dar clic en el siguiente enlace
http://www.youtube.com/watch?v=9lp0IWv8QZY
Dejen fuera los prejuicios e invítense a observar mejor al otro a entenderlo, a acompañarlo y ¿porque no? a disfrutarlo.
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