El cambio es la constante en el universo, sobre todo en la naturaleza
humana. Nuestra ruta histórica es rítmica, las grandes tendencias van y vienen.
No queda sino adaptarse a la ola que sigue. Los analistas económicos
calculan ahora, cautelosos, qué esperar en 2017 para Estados Unidos, México, la
región de Norteamérica y el mundo.
El triunfo
de Donald Trump en las elecciones de EU representa un gran reto para México y
su economía, pero no es el fin del mundo, pues nuestro país cuenta con
herramientas y elementos para salir adelante.
La verdad es que resulta terreno inexplorado y cualquier pronóstico es
bueno, pues todo depende de cómo operará el gobierno que encabeza Donald
Trump; de cómo llevará a la realidad (o bien, a algo cercano), sus promesas
de campaña. Los analistas financieros, por su parte, hacen lo que tienen que
hacer: administrar el riesgo. Seguramente bajarán sus pronósticos sobre el
desempeño de los activos con mayor riesgo político en cualquier mercado,
empezando por México. Por ello, hagamos un breve corte de caja: qué tenemos
y quedemos hacer para adaptarnos.
Somos país de más de 122 millones de habitantes, de los cuales más de 32
millones tienen menos de 15 años (a pesar de la inversión de la pirámide
poblacional, en este momento aun somos una población joven y productiva a
corto-largo plazo); una Población Económicamente Activa (PEA) de más de 53
millones de personas, de la que más de 31 millones está empleada en el sector
servicios y apenas 6.6 millones en el sector primario (agropecuario y
extractivo, aunque este número debería crecer con las adecuadas políticas de
recuperación). Es decir, una población de perfil moderno, en donde el empleo
formal ha avanzado consistentemente en los últimos años y que ha sido
responsable de incrementos constantes en el consumo interno.
Tenemos un PIB superior a los 14.1 billones de pesos, con lo cual
seguimos estando entre las 15 economías más grandes del planeta.
Tenemos, también, una planta manufacturera montada con un valor de producción
superior a los 542,600 millones de pesos en agosto pasado. Inversión que
simplemente no se va a ir del país de la noche a la mañana, pero muy importante,
contamos con una clase empresarial que, a costa de selección natural, se
ha vuelto capaz de competir globalmente y es capaz de, ahora sí, realizar una
transferencia tecnológica, en caso de que alguien se interese en bajar su
exposición al riesgo país.
Tenemos la reciente apertura energética (muy dañina, pero como dije se
debe convertir obstáculos y amenazas en oportunidades y fortalezas) hará muy
atractivo al país a la inversión nacional y extranjera y que nos hace parte
del muy competitivo bloque manufacturero de Norteamérica, cuyas fábricas se
benefician con el más bajo costo del gas natural en el mundo.
Contamos con un comercio exterior superior a los 680,000 millones
de dólares anuales, en donde, hay que señalar, intervienen miles de empresas de
cualquier parte del mundo, pero ante todo mexicanas y estadounidenses. El
comercio internacional no lo hace “México” país, sino una larga cadena de
empresas, entre las cuales muchas son de Estados Unidos.
Por último, aquí invertidos en fierros, terrenos y máquinas, contamos
con más de 402,000 millones de dólares en inversión extranjera directa,
nada más considerando desde 2000 a 2015. Esta inversión no se puede ir por
órdenes de ningún político, las máquinas no se van a rematar, las plantas no se
van a vender al mejor postor. Trasladar la maquinaria sería como mudar una
ciudad entera con todo y edificios. Y además contamos con las famosas
finanzas públicas del país sanas (aunque si un tanto doloridas y saqueadas, aún
se puede decir que no se manejan números rojos y son positivas)
Financieramente, lo que hemos insistido al gobierno federal: enderezar
el rumbo de las finanzas públicas, ya. Sobre todo, a partir de ahora tienen
que correr los recortes al sector público, buscar incluso un mayor superávit
primario que el planteado. La austeridad debe cundir a todos los niveles del
gobierno, incluyendo en esta ocasión a los poderes Legislativo y Judicial y,
por supuesto a los partidos políticos. Aunque obviamente los programas sociales
deben ser garantizados y elevar su número.
En cuestión de política económica, es difícil pensar que, si el Banco de
México reaccionó con un aumento de 50 puntos base al Brexit, no lo haga
igualmente esta vez con una magnitud parecida o mayor para aminorar la
volatilidad. Fiscalmente, hay que considerar que México deberá bajar sus tasas
impositivas, si Estados Unidos lo hace, con todo lo que ello implica.
Pero, ante todo, es momento de cabildear, negociar, dialogar e incluso
endurecer posturas ante diversos interlocutores en Estados Unidos, desde el
Congreso hasta las autoridades de comercio exterior, sin dejar de lado a los
empresarios de ese país, que mantienen con nosotros todo tipo de relación. Es
momento de buscar una transición ordenada, si es preciso revisar el
NAFTA. Renegociar es, al fin y al cabo, un acto que no necesariamente va en
perjuicio de una de las partes. A cambio, deben buscarse nuevos campos de
integración regional, además de la energética y manufacturera.
Es momento de pelear que, en lugar de deportaciones, se logre un libre
flujo de trabajadores temporales entre ambos países. Nos consta que desde hace
años muchos paisanos se sienten atrapados en Estados Unidos. No pueden
salir, por la necia política migratoria. Es momento de tomar la iniciativa
y proponer un programa ordenado de trabajo temporal. Un estudio titulado "La reforma migratoria, la prioridad invisible", de
noviembre de 2015, de IMCO y la Fundación Friedrich Naumann, ya había
mencionado que un regreso de millones de migrantes podría terminar impulsando
al PIB de México, y deprimiendo al estadounidense. Con esos números hay que
jugar.
Igualmente, es preciso dialogar directamente con las corporaciones
extranjeras en México para adaptarse juntos al cambio de tiempos. Si los
mercados comienzan a cerrarse, ¿deberán irse? ¿Cuántos años requieren de
transición? ¿Cómo pueden quedarse? ¿Qué pueden vender a los mexicanos? Es
momento de que las empresas nacionales retomen algo que dejaron abandonado por
años, dada la comodidad del NAFTA: apropiarse de las nuevas tecnologías,
procesos, sistemas productivos. Quién sabe, acaso es momento de pensar
nuevamente en autos, televisiones, teléfonos inteligentes de marca mexicana, no
en el contexto proteccionista de antaño, pero si en uno de competitividad
global y atención a las necesidades del mercado interno.
Por último, y como ya lo han señalado varios expertos, es momento de
revisar los propios efectos negativos de la globalidad entre nosotros,
principalmente la enorme desigualdad y el retraso de zonas enteras del país. Si
se desvanecen algunas de las principales razones para mantener tan bajos
nuestros niveles de ingreso, por qué no considerar una transición ordenada
hacia una gradual y bien pensada recuperación del salario mínimo, hacia la
reintegración de las zonas nunca incluidas.
En números y edades, como cite líneas arriba nuestra pirámide
poblacional es suficientemente sana como para mantener una economía vigorosa
por muchos años más. Hay que aprovechar el momento para sacudirnos la
dependencia de Estados Unidos (que no una buena sociedad, cuando se pueda). Si
nos enfurece el nuevo presidente de ese país, es porque nos pusimos a su
alcance debido a nuestra debilidad económica y nuestro problema de ingreso. Es
momento de trabajar para salir de este problema, evolucionando, como
siempre.

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