En su libro México, un paso difícil a la modernidad, Carlos Salinas de Gortari escribió: “Como presidente de la República aprendí que en la batalla cotidiana a favor de México no hay victorias definitivas. Ahora, como ex presidente y ante la obligación de contribuir a explicar qué pasó, espero probar que tampoco existen derrotas terminales”. Eso lo que ha estado haciendo desde el verano de 2000, cuando su obra fue publicada por primera ocasión. Cierto que ha ganado algunas batallas en ese lapso, pero las derrotas han sido mayores. Es decir, en el balance final no ha tenido éxito. Pero él cree que las cosas pueden cambiar en 2012 con su subordinado Enrique Peña Nieto, gobernador del Estado de México.
Nadie niega que Salinas sea un hombre poderoso –“El poder tras el poder”, lo calificó el empresario Carlos Ahumada–, que ha influido e influye en las políticas públicas de la actual y la anterior administración, pero muy pocos, igualmente, lo consideran un ganador. Todo depende de los parámetros con que se le mida. Por ejemplo, si sólo se considera su aspiración de reivindicar su nombre y el de su familia frente a la sociedad y la historia, sin duda habrá que calificarlo como un auténtico perdedor.
Hagamos un breve recuento: desde enero de 1994, cuando estalló la guerra en Chiapas, su figura ha sido pisoteada una y otra vez, con razón o sin ella. Y cada vez que sale a la luz pública para lavar su imagen, recibe una tunda y embarra a los que osan defenderlo. Por eso los adversarios de Peña Nieto aplauden que éste se exhiba frecuentemente en público con su mentor.
La aparición en escena del EZLN al momento en que iniciaba el Tratado de Libre Comercio entre Canadá, Estados Unidos y México, fue como una pesadilla que trasladó al país del norte desarrollado a la Centroamérica tercermundista. Al presunto gran modernizador lo exhibió una guerrilla indígena dirigida por un intelectual mestizo. Hubo más: el clima de violencia que él mismo había propiciado durante su sexenio, cobró la vida del candidato presidencial del PRI, Luis Donaldo Colosio, su delfín, su hechura, su orgullo. Pero eso no fue lo peor: el asesinato del 23 de marzo en Lomas Taurinas, Tijuana, le fue adjudicado por sus adversarios, por los colaboradores del candidato y por la misma familia Colosio. Vox populi, vox dei.
En octubre de 1994 fue asesinado su ex cuñado José Francisco Ruiz Massieu, quien estuvo casado con su hermana Adriana. Por ese crimen fue encarcelado su hermano mayor, Raúl Salinas de Gortari, unos meses después. Quien dio la orden de captura fue Ernesto Zedillo, a quien Carlos eligió como candidato sustituto de Luis Donaldo y luego lo llevó de la mano a la Presidencia de la República, en unas elecciones absolutamente inequitativas que el propio ganador habría de reconocer una vez que se instaló en Los Pinos.
Llegó “el error de diciembre”, es decir, la devaluación de diciembre de 1994 que llevó al país a la quiebra. Ernesto Zedillo utilizó entonces todo el poder del Estado para culpar del desastre a su antecesor, aunque la realidad es que ambos fueron responsables. Carlos Salinas tuvo que retirar su candidatura a presidir la Organización Mundial de Comercio (OMC) y, desde luego, ya nadie volvió a mencionarlo como posible secretario general de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
La debacle continuó el 28 de febrero de 1995. Fue patético verlo en “huelga de hambre”, por unas cuantas horas, después de la aprehensión de su hermano Raúl. Lo que Carlos exigía fue que dejara de responsabilizársele desde el gobierno por el asesinato de Luis Donaldo Colosio y por la quiebra económica del país. Iluso. El ex presidente seguirá siendo, por mucho tiempo, el villano favorito en la memoria colectiva nacional, aunque Vicente Fox y Felipe Calderón se le acercan de manera acelerada en la disputa por el nada honroso título.
Carlos Salinas de Gortari es incapaz de la autocrítica. Es decir, posee el mayor defecto que le atribuye a su odiado rival, Andrés Manuel López Obrador. En su visión, la debacle económica del país es responsabilidad de otros; él no tuvo nada que ver con la adopción del modelo ni, mucho menos, con los resultados negativos que éste ha arrojado en 25 años. Ni siquiera acepta que fue un error escoger a Ernesto Zedillo para sucederlo en el cargo.
Él no se equivocó. En todo caso, su antiguo subordinado lo traicionó. En octubre de 2000, el ex presidente quiso hacer un ajuste de cuentas a través de su libro México un paso difícil a la modernidad, que había escrito pacientemente durante cinco años, pero el tiro le salió por la culata.
Para Salinas, Zedillo incurrió en múltiples traiciones: a los principios de política exterior, a la responsabilidad de velar por las instituciones nacionales, a la defensa de los derechos humanos, al Estado de derecho, al fortalecimiento de la soberanía popular, a los ideales de Luis Donaldo Colosio… Y, desde luego, la principal traición fue contra él y su familia. ¿La razón? Problemas psicológicos y de origen.
Para reforzar su tesis, cita la obra de Gregorio Marañón: Tiberio, historia de un resentimiento, en la cual el autor describe cómo el triunfo, lejos de curar al resentido, lo empeora. Tal sería, entonces, la razón de la violencia vengativa del resentido Zedillo contra su protector, una vez alcanzado el poder. El problema con este planteamiento es que el propio Salinas da una versión distinta en el mismo capítulo: “Para sostenerse, el nuevo presidente necesitaba elegir una figura que pagara sus errores: no fueron suficientes ni las primeras destituciones en su gabinete ni el intento de convertir en chivos expiatorios a los líderes de la guerrilla chiapaneca. Tuvo que volver al pasado y recrear el sacrificio ritual del presidente anterior. La estrategia le otorgó al nuevo gobierno los márgenes de sobrevivencia perdidos a partir del error de diciembre”.
Por fin: ¿fue el resentimiento lo que motivó a Zedillo a lanzarse contra Salinas, o fue una decisión pragmática, una estrategia exitosa que obtuvo los resultados esperados? Como fuere, Carlos olvidó sus esqueletos en el clóset y la respuesta de Ernesto fue brutal. De hecho, el plan promocional del libro tuvo que ser suspendido, y el ex presidente se vio obligado a dejar el país de inmediato. El motivo: la difusión, en el principal espacio de noticias de Televisa, de una conversación telefónica entre los hermanos Adriana y Raúl Salinas de Gortari.
El mayor del clan, procesado por el asesinato de José Francisco Ruiz Massieu, y recluido en el penal de alta seguridad de Almoloya, tronó contra su hermano durante el ríspido diálogo que sostuvo con Adriana: “Es una cobardía gigantesca de Carlos estarme mandando recados con Juan José (hijo de Raúl) para que le mande dinero porque es de él…” Raúl estaba fuera de control. De ahí la amenaza: “Todo lo voy a aclarar, de dónde salieron los fondos, quién era el intermediario, para qué eran y a dónde fueron… voy a decir qué fondos salieron del erario público (sic), para que se devuelvan”.
Lo único que Carlos Salinas pudo replicar fue que la grabación de la conversación telefónica entre sus hermanos, había sido realizada por el Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen) de manera ilegal. Que había sido editada y luego filtrada al periodista Joaquín López Dóriga. Pero el golpe que le propinó su acusado fue contundente. Cuando el ex presidente regresaba a Europa con la cola entre las patas sabía, aunque se negase a reconocerlo públicamente, que una vez más había vuelto a perder. Que en lugar de reivindicarse y reivindicar a los suyos, el clan Salinas se hundió más en el fango. La cantaleta aquella de que no hay derrotas terminales, generaba más dudas que certezas al ex presidente. Pero él sabría esperar una nueva oportunidad, con Zedillo fuera de Los Pinos. Vicente Fox sería el vehículo propicio para enfrentar el descrédito, bajo una lógica política impecable: espacio que no ocupas, alguien más lo ocupa. Así fue como, al poco tiempo de iniciado el sexenio panista, Carlos Salinas de Gortari ocupó el vacío de poder que generó la incompetencia y frivolidad del guanajuatense.
Carlos Salinas de Gortari detectó desde el principio que Marta Sahagún no era el poder tras el trono, como algunos observadores políticos creían, sino el verdadero poder, ostentoso y visible. La ambiciosa arribista, que de vocera pasó a ser esposa de Vicente Fox, justo al año de iniciado su gobierno, era, sin lugar a dudas, la parte más visible y activa de la autodenominada “pareja presidencial”. Nada se hacía sin su consentimiento. Ante la pusilanimidad de su cónyuge, ella tomaba las decisiones más importantes. Consecuentemente, el ex presidente entendió rápidamente a quién debía de acercarse y luego convencer, para que cualquier asunto prosperara. Así lo hizo.
Salinas se había apoderado del PRI luego de la derrota en los comicios presidenciales, aprovechando que la clase política tricolor culpaba a Ernesto Zedillo de la debacle. Dos de sus pupilos ocupaban el primero y el segundo cargo en importancia: Roberto Madrazo, presidente; Elba Esther Gordillo, secretaria general. Al nuevo dirigente ya lo había apoyado sin éxito en los comicios internos de noviembre de 1999, cuando por primera vez se definió la candidatura presidencial a través del voto libre y secreto de la militancia. Ese año ganó la candidatura Francisco Labastida, pero perdió la elección constitucional. El ascenso de su antagonista fue una consecuencia lógica para muchos, aunque el proceso estuvo lleno de acusaciones y rispideces. Como fuere, el ex presidente se quedó con el PRI.
Lo que no estaba en sus planes fue el pleito entre sus dos pupilos que terminó en fractura. Elba Esther fue expulsada del PRI cuando coordinaba la fracción parlamentaria de su partido en la Cámara de Diputados, bajo acusaciones de subordinación a Los Pinos. Salinas tuvo entonces que recomponer su estrategia y operar de manera más enérgica para obtener en el congreso votaciones favorables al gobierno. Sin embargo, no pudo sacar adelante las reformas estructurales a que se había comprometido con Marta y Vicente. Si acaso pudo influir en la definición y aprobación de los presupuestos anuales durante las dos legislaturas del sexenio.
Las derrotas parciales de Salinas pronto quedaron en el olvido cuando apareció en escena el empresario Carlos Ahumada. Las grabaciones que hizo de connotados perredistas en actos de corrupción, le dio un nuevo impulso al ex presidente. Fue él quien diseñó la estrategia, conjuntamente con el gobierno y Televisa, de los video escándalos, que a punto estuvieron de descarrilar la candidatura presidencial de Andrés Manuel López Obrador. A cambio de sus servicios, Carlos obtuvo la libertad de su hermano Raúl, no obstante pesar sobre él acusaciones de asesinato, enriquecimiento ilícito y narcotráfico.
Cuenta Ahumada en su libro Derecho de Réplica: “Carlos Salinas me confió que una de las cuestiones que había negociado con el presidente Fox a cambio de los videos, a través de Diego Fernández de Cevallos, era la exoneración de todos los cargos, inclusive el de homicidio, que mantenían en ese momento a Raúl en la cárcel, además de la devolución por parte de la Procuraduría General de la República de todos sus bienes, incluyendo los millones de dólares congelados por la PGR. Y así sucedió finalmente”.
Como suele ocurrirle desde 1994, Carlos Salinas tiene la extraña habilidad de convertir rápidamente en derrotas las batallas ganadas. ¿Soberbia? Varios adjetivos le acomodan. Pero los hechos ahí están: después de los video escándalos, que prácticamente tenían en la lona a López Obrador, el ex presidente y la pareja presidencial quisieron rematar al jefe de gobierno desaforándolo y destituyéndolo de su cargo por un asunto menor, cosa que a fin de cuentas lograron, pero a un alto costo. Tan alto, que hubo necesidad de dar marcha atrás. Y esa fue la plataforma de lanzamiento del candidato de izquierda. Pero lo peor para Salinas vendría después, casi al final del sexenio foxista: su hermano Enrique perdió la vida en una oscura historia relacionada con dineros de origen dudoso depositados en Europa. Una presunta extorsión de policías terminaría en asesinato. Nueva y dolorosísima derrota para el clan.
En 2006, Carlos Salinas de Gortari impulsó la candidatura presidencial del priista Roberto Madrazo Pintado. Lo hizo hasta la última etapa, cuando quedó claro que el truculento tabasqueño estaba fuera de la contienda. Entonces el ex presidente mudó su apoyo político y económico a favor del panista Felipe Calderón Hinojosa. La meta era detener, a como diera lugar, al otro tabasqueño, puntero en la intención del voto: Andrés Manuel López Obrador.
Salinas suponía que si el ex jefe de Gobierno del Distrito Federal ascendía a la Presidencia de la República, su futuro probable sería la prisión de alta seguridad de Almoloya, la misma en la que su hermano Raúl estuvo preso. Quizá no hubiese pisado la cárcel en el eventual gobierno obradorista, pero lo más probable es que la autoridad hubiese fincado diversos juicios en contra suya y de su familia, y lo que ya no quería el ex presidente era tener tras del clan a todo el aparato de Estado, como ocurrió durante el zedillato.
Su apoyo a Calderón fue clave para que el panista resultase favorecido en todas y cada una de las instancias electorales, pese a las multitudinarias protestas y al plantón de Reforma. “Haiga sido como haiga sido”, fue la frase que inmortalizó el candidato de la derecha. Carlos Salinas de Gortari estuvo implícito en ella.
El resultado oficial de los comicios no puede considerarse como victoria del ex presidente, porque el nuevo inquilino de Los Pinos no era exactamente un subordinado suyo. Podía tener algo de influencia, pero no control sobre él. Sin embargo, lo que sí pudo evitar fue la “derrota definitiva” a la que alude una y otra vez, y es que eso habría significado el triunfo de López Obrador para su causa.
De inicio, el tabasqueño quizá hubiese ordenado una minuciosa revisión del expediente de Enrique Salinas de Gortari, cuyo homicidio fue originalmente atribuido por el gobierno de Enrique Peña Nieto “el crimen se registró en el Estado de México– a policías federales, bajo el móvil de la extorsión. Empero, durante las indagatorias, el entonces procurador estatal, Alfonso Navarrete Prida, soslayó el entorno familiar al que apuntaba buena parte de los indicios y evidencias.
El 24 de noviembre, 11 días antes del hallazgo de su cadáver, Enrique Salinas de Gortari y su ex cónyuge, Adriana Lagarde, habían convenido con un juez de lo familiar una nueva audiencia para el 11 de enero de 2005, pues el hermano del ex presidente debía más de medio millón de dólares a su ex esposa, quien a su vez había solicitado a dicho juzgado medidas de apremio para obligarlo a pagar seis años de pensión alimenticia. Ya no fue posible la conciliación, pero el clan respondió por el hermano asesinado.
En diciembre de 2004, Raúl Salinas de Gortari aún estaba preso por el crimen de José Francisco Ruiz Massieu y tenía abierta una investigación en Francia por presunto lavado de dinero. En este proceso estaban también implicados su hermano Enrique y Adriana Lagarde. Según las autoridades, éstos eran “instrumentos” de Raúl para ocultar su cuantiosa fortuna “proveniente del narcotráfico”. Aunque dos años después Enrique y Adriana serían exonerados del delito de lavado de dinero, la investigación internacional había alterado al occiso en los días previos a su asesinato. A pesar de ello, el procurador mexiquense –hoy diputado federal electo y miembro de la próxima “burbuja” priista, que dirigirá el salinista Francisco Rojas—desconectó el entorno familiar y los pleitos entre los miembros del clan por la posesión del dinero y sus numerosos bienes. Pero ese entorno y esa familia tuvo una condena brutal de quien menos esperaban: Miguel de la Madrid Hurtado. En entrevista con Carmen Aristegui, el ex presidente reconoció haberse equivocado al designar a su pupilo para sucederlo en el cargo. Y lamentó: “Se supo que Enrique hizo depósitos en Francia, que allá habían investigado que esos depósitos tenían su origen en transacciones de narcotraficantes”. Aunque después se desdijo de manera vergonzosa, De la Madrid sostuvo que los vínculos del clan con el narco habían iniciado a partir de la llegada de Carlos Salinas de Gortari a la presidencia, según reportes de inteligencia. Lo dicho: a cada victoria de Carlos le sigue una derrota estrepitosa.
Enrique Peña Nieto es el instrumento de Carlos Salinas de Gortari para librar su última, la definitiva, la madre de todas las batallas. Con el gobernador del Estado de México, el ex presidente cree llegada la hora de su reivindicación histórica.
Ahora sí se avecina un choque de trenes, no como aquél que pronosticó en 1994, de manera fallida, el Grupo San Ángel. Es altamente improbable que las partes adopten posiciones gradualistas en la disputa por el poder, dado el enorme deterioro político, económico y social del país. Lo lógico es que impere la posición del todo o nada. En juego estarán dos visiones de país que han venido confrontándose desde 1988, a veces con el PRI y otras con el PAN como cabeza del polo de derecha. Del lado de la izquierda sólo dos caudillos durante ese lapso: Cuauhtémoc Cárdenas y Andrés Manuel López Obrador. Marcelo Ebrard y Amalia García aún no crecen lo suficiente, políticamente hablando, para disputarle la candidatura al tabasqueño.
El PAN, después de las desastrosas administraciones de Vicente Fox y Felipe Calderón, difícilmente estará en la contienda por la presidencia en 2012, por lo cual la coalición conservadora que se formó en 2006 para favorecer al candidato panista, esta vez se está construyendo en torno al priista Peña Nieto. La tutela de Carlos Salinas al gobernador mexiquense es hoy su fortaleza, pero conforme se acerquen los comicios se verá que es, al mismo tiempo, su gran debilidad.
El México actual es completamente distinto “en muchos aspectos para mal” al de 1988, cuando Salinas ascendió a la Presidencia de la República mediante el fraude electoral. En aquella época, por ejemplo, era peligroso para opositores y periodistas criticar al presidente. Hoy, al contrario, lo peligroso es defenderlo. Cualquiera que lo haga se lleva una buena cantidad de mentadas de madre por diversos medios. La red ha hecho diferencia. Antes se podía controlar la información, pero la revolución de la informática hace imposible esa dinámica. De hecho, en aquella época, se pudo mantener oculto para la mayoría de la población un hecho de sangre que marcó la infancia de los hermanos Raúl y Carlos Salinas de Gortari. Sólo un libelo sobre el tema circuló antes del ungimiento del secretario de Programación y Presupuesto como candidato presidencial, pero la acción le costó el exilio al autor y la cárcel al promotor del texto.
Hoy, en cambio, con un click cualquier persona que utilice la red puede acceder a la historia publicada por Excélsior el 18 de diciembre de 1951. Decía el encabezado a ocho columnas: “Jugando a la guerra tres niñitos ‘fusilaron’ a una sirvienta”. Los sumarios daban cuenta de lo siguiente: “Ocho, cinco y cuatro años tienen los homicidas”; “Dispararon con un rifle calibre .22 sobre la jovencita”. Y en la parte derecha de la página, debajo de las fotografías de los menores implicados, narraba el redactor: “Estas tres criaturas ‘fusilaron’ ayer a su sirvienta Manuela, de 12 años de edad, cuando jugaban ‘a la guerra’. Son ellos (de izquierda a derecha) Carlos y Raúl Salinas y Gustavo Rodolfo Zapata. Carlos tiene 4 años, Raúl 5 y Gustavo 8. Fueron detenidos por la policía y demostraron no comprender lo que habían hecho. El suceso ocurrió ayer al mediodía, en Palenque 425, de la colonia Narvarte (México, Distrito Federal)”.
Imaginemos ahora el nivel de confrontación que habrá en 2012, inaugurada la guerra sucia en 2006. Lo que le espera a Peña Nieto, ahora que ha unido su destino al de Salinas. De entrada suma a todos los enemigos del ex presidente, que son legión. En ese contexto, la muerte de su esposa y la posterior ejecución de sus escoltas, son temas que, sin duda, saldrán a relucir en campaña, como emergieron también a la luz pública los acontecimientos señalados anteriormente. ¿Criminal Salinas? Para Freud infancia es destino. ¿Perdedor Salinas? Él está convencido de que en política no hay victorias permanentes ni derrotas para siempre. En todo caso, muy pronto veremos si su tesis es certera en la persona del actual gobernador del Estado de México.
En una sesión histórica de la primera sala de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), que por primera vez desde la reforma al sistema de justicia penal de 2005 se erigió como tribunal de legalidad y no sólo de constitucionalidad –al revisar todos los detalles y pruebas de un proceso–, cuatro ministros ampararon ayer a 26 indígenas chiapanecos y ordenaron la libertad inmediata de 20 de ellos que fueron sentenciados por la matanza de 45 tzotziles en Acteal, Chiapas, ocurrida en diciembre de 1997.