En secundaria mi maestro de historia prometió exentar con 10 a quien llevara un trabajo sobre los Tratados de Bucareli. No existía Google y en la biblioteca pública los libros sólo dedicaban un párrafo al tema. Todos nos fuimos a examen con una regañada del profesor seguida de una lección que determinaría mi gusto por la política, nunca con sentimientos antiyanquis pero sí antientreguistas, y comprender que quien desconoce la historia está condenado a repetirla.
La Revolución había triunfado y el general Álvaro Obregón era Presidente, buscaba inversión extranjera pero Estados Unidos no reconocía su mandato, pues ponía como condición firmar unos acuerdos que, además de cubrir los daños causados a los norteamericanos durante la Revolución, obligaban a respetar viejos derechos de sus compañías petroleras anulando la aplicación retroactiva del artículo 27 de la nueva Constitución. Adolfo de la Huerta (no el borracho traidor Victoriano), como secretario de Hacienda ya había renegociado la deuda externa, por lo que dijo a Obregón que la firma de esos acuerdos era un exceso que otorgaría a los ciudadanos extranjeros mayores derechos que a los mexicanos. Obregón le contestó que no quería pasar a la historia como un Presidente ilegítimo y que necesitaba el respaldo de EU. Así fue que terminó cediendo a cambio de reconocimiento (¿les suena familiar?).
Se dice que en esos tratados hubo cláusulas confidenciales que obligaban a México a no desarrollar una industria aérea, ni bélica, ni automotriz, ni tecnología propias. Y es que para entonces México participaba en la incipiente industria aérea, Madero fue el primer Presidente del mundo en viajar en avión; Villa fue el primero en usar un aeroplano en combate; las ametralladoras, rifles y cañones Mendoza abastecían a las tropas villistas y en 1934 eran arma reglamentaria del Ejército y Armada mexicanos. Los mexicanos Emilio Carranza y Alberto Braniff establecían récords mundiales en los llanos de Balbuena, que después serían el primer aeropuerto de Latinoamérica; México tenía patentes de aviones, helicópteros y hélices; con Mexicana, hasta hace poco nuestras aerolíneas eran las extranjeras que más aterrizaban en aeropuertos norteamericanos.
El presidente Calles, fundador de lo que sería el PRI, rechazó los Tratados de Bucareli, pues al no haber sido ratificados por ambos Congresos carecían de valor legal; y como por definición no existe Constitución en el mundo que no sea retroactiva, expidió leyes para hacer cumplir el artículo 27 afectando a las petroleras americanas; mediante arreglos diplomáticos con EU, Calles evitó la declaración de guerra y sus consecuencias, logrando incluso en ese conflicto (a diferencia de Calderón) la sustitución del embajador norteamericano (Henry Lane Wilson).
La leyenda es que los Tratados de Bucareli ahora se quieren reeditar en el escenario que todos conocemos: un gobierno panista débil, ansioso de legitimidad y reconocimiento, fácilmente chamaqueable, un embajador incómodo del país que vende armas al gobierno pero también a traficantes de lo que aquí se combate y allá se promueve (aquí los muertos y allá el negocio); prolongación deliberada de la agonía de Mexicana (la aerolínea) hasta perder los slots en aeropuertos americanos; protección al dólar mediante acumulación de reservas y un largo etcétera que incluye la ridiculización del auto mexicano Mastretta.
Eliminada de las aulas la materia de civismo y reducida la de historia, hoy tenemos un sistema educativo pensado para producir sólo mano de obra apática y acrítica.
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