Fue la primera palabra que se me ocurrió, cuando supe la cantidad de aguinaldo, bonos y gratificaciones navideñas que se pagarían los cinicazos de los senadores de la República. Después se me vinieron a la mente muchas otras que no puedo publicar aquí por respeto a los lectores pero que bien se las merecen los dizque representantes populares que se acaban de autorizar una abusiva y grosera prestación de fin de año: 560 mil pesos para cada senador.
Más se me retorció el estómago del coraje cuando supe, ayer mismo, que la ridícula Comisión Nacional de Salarios Mínimos, esa entelequia creada por los gobiernos del PRI y mantenida absurdamente por los Presidentes del PAN, decretó aumento a los salarios mínimos en todo el país de 4.2%, lo que traducido en pesos significó un aumento de dos pesos con 75 centavos en el salario diario que percibe un trabajador; así, el salario máximo por día que recibe un empleado en México es de 67 pesos, lo que no alcanza siquiera para comer lo mínimo indispensable de calorías que requiere un ser humano en un día, sin contar calzado, vestido, habitación, transporte, etcétera.
¿Por qué tanta desigualdad en este país?, ¿por qué mientras un puñado de “representantes populares” (así entrecomillado) puede pagarse tantos cientos de miles de pesos, un trabajador asalariado, que se parte el lomo laborando uno o dos turnos, apenas gana para sobrevivir y nunca en su vida, ni trabajando como un burro podrá llegar a reunir y a ganar la cantidad que, con recursos públicos, se van a pagar los senadores en una sola exhibición?
Que un hombre como Carlos Slim o como Salinas Pliego o como Azcárraga o como el apellido que les guste de los millonarios de este país gane esas cantidades estratosféricas podría entenderse como parte de un sistema económico injusto y desigual, donde unos cuantos acumulan riqueza mientras la gran mayoría trabaja para sostener sus inmensas fortunas; pero que un puñado de funcionarios, que supuestamente representan al pueblo (y ese supuesto se basa en la Constitución) se dediquen a amasar esas cantidades de dinero tomándolo del erario, es francamente desvergonzado e inmoral.
Justo hoy se da a conocer en EL UNIVERSAL que la mayor parte de los pobres más pobres de este país son jóvenes menores de 18 años, es decir, jovencitos que en su edad más productiva están condenados a la miseria y a vivir en una condición de precariedad que ni siquiera les permitirá desarrollar todo su potencial como seres humanos.
Pero los senadores se van a celebrar la Navidad con los bolsillos bien repletos, igual que los diputados, los funcionarios de los altos niveles, los gobernadores, todos disfrutan y se enriquecen con el dinero del pueblo, mientras ese mismo pueblo apenas tiene para un modesto festejo navideño.
No hay manera de entender eso, no hay modo de llamarlo sin que nos gane el coraje, la impotencia, la indignación. Cada año se repite el mismo espectáculo grotesco y antiético, cada año por estas mismas épocas presenciamos, asqueados e incrédulos la misma rutina de inmoralidad de nuestros servidores públicos.
De un año a otro parece que no pasara nada: las cifras se repiten, las cantidades aumentan y el robo artero a los dineros públicos vuelve a ser el mismo. ¿Hasta cuándo, lo permitiremos? ¿Hasta cuándo nuestros funcionarios aprenderán que está bueno ser puercos, pero no tan trompudos?
No hay comentarios:
Publicar un comentario