De verdad, en este país estamos fregados; mientras el presidente Felipe Calderón celebraba con bombo y platillo sus cinco años de gobierno, con todo y papelitos de colores y fiesta, dos de los principales precandidatos a la Presidencia se tropezaban de una manera penosa y a la vez claridosa de a quiénes tenemos enfrente en esta contienda por el poder.
Calderón se mandó a hacer todo un acto de festejo porque el jueves se cumplió un lustro de su accidentada llegada al poder. Muy distinto lucía el domingo el festejo en el Campo Marte, con confeti, música y amigos, de aquel 1 de diciembre de 2006 cuando, en el Palacio de San Lázaro, todo eran gritos, empujones, patadas y jaloneos para tratar de impedir que Calderón dijera el constitucional: “Sí protesto”, con el que se convertía en Presidente de los Estados Unidos Mexicanos.
En su balance, el mandatario describió un México que ha hecho de la lucha contra el crimen su mayor prioridad, aunque también habló de cifras positivas en salud, en infraestructura y en creación de empleos, pero sobre todo culpó a otros partidos por negarle la aprobación en el Congreso de sus propuestas y reformas.
Muy distinto el país visto desde la óptica presidencial al que vieron diversos analistas en la evaluación de estos cinco años: desde los 47 mil muertos en la guerra contra el narcotráfico, la violencia y la zozobra en amplias zonas del país, hasta la caída en el ingreso de los mexicanos en 25%, según el Instituto Tecnológico de Monterrey y el incremento de la desocupación y la pobreza.
Pero si Calderón chocaba en su visión con la realidad que ven sus críticos, Enrique Peña Nieto, el precandidato puntero en las encuestas, se estrellaba con su propia realidad y sus propias limitaciones. ¿Si yo les pregunto, el título de un libro que hayan leído, que de verdad hayan leído, lo recordarían junto con el nombre de su autor? Si realmente lo leyeron no tengo ninguna duda de que lo harían. Lo que bien se lee no se olvida, y a Peña se le olvidó el sábado cuáles han sido los tres libros que más le han gustado en su vida.
Trastabillando, sin poder mencionar un solo título y autor claramente, el aspirante del PRI a la Presidencia dejó serias dudas de si de verdad ha leído algo más que el promedio de lectura de los mexicanos, que es de medio libro al año. Comenzó por decir que ha leído varias novelas, pero no pudo citar un solo nombre; luego mencionó ¡La Biblia!, que tampoco dijo la leyó completa, para después resbalarse al mencionar la novela histórica “La silla del águila” como de la autoría del historiador Enrique Krauze, cuando realmente es obra del escritor Carlos Fuentes.
Ya no hacía falta más para que el desliz literario de Peña Nieto se volviera uno de los temas más comentados en las redes sociales, motivo de mofas, críticas y burlas, cuando a su pequeña hija Paulina, de 13 años de edad, se le ocurrió reenviar por su cuenta de twitter un comentario de su novio que tachaba de “pendejos y prole” a todos los que se burlaron y criticaron la pifia de su papá “por envidia”.
La niña, entendiblemente molesta por las burlas a su padre, le echó más leña al fuego y tuvo que salir primero el mismo Peña a disculparse por su lenguaje, y luego ella misma a explicar y decir que se arrepentía de reenviar el mensaje.
Y si creen que ahí paró todo, se equivocan, para que vean que Peña no está solo en eso de la incultura, el precandidato del PAN, Ernesto Cordero, quiso aprovecharse del tropezón de Peña y dijo en el radio que él sí había leído varios libros y podía mencionarlos, cambiando el nombre de la escritora colombiana Laura Restrepo por el de Isabel Restrepo, a quien mencionó como autora del libro “La isla de la pasión”. ¡No te ayudes Ernesto!, queriendo aprovechar el momento, Cordero también resbaló y confirmó que los terrenos literarios y culturales no se les dan a nuestros políticos, sin importar mucho el partido.
Así que, pónganse abusados en la observación de los candidatos que ya empiezan a mostrar sus pies de barro; como dijera aquel clásico en materia de aspirantes presidenciales burros que se nos han colado varios: “Ya nos saquearon, no nos volverán a saquear”. ¿O sí?
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