Seguro los han visto, deambulan por la ciudad como un ejército de dueños de la calle; es más, quizás hasta les ha tocado padecer a uno cuando se estacionan en la vía pública. “Ahí se lo cuidamos jefecito, y ahí lo que guste cooperar”, dicen los más tranquilos y decentes. “Son 40 varos libre de tiempo, jefe, por el lugar”, dicen los más descarados y agresivos, quienes suelen exigir el pago por adelantado de un supuesto servicio de cuidado de los autos a los incautos e indefensos automovilistas.
“Échele, échele jefe todo a la derecha, viene, viene, quiébrese todo, quiébrese todo!”, suele ser el grito de estos personajes urbanos a los que algunos llaman acomodadores, franeleros o de plano viene viene. Son, como muchos trabajadores informales que han proliferado en las principales ciudades de México, un reflejo y expresión del desempleo rampante que padece nuestra economía. Pero también son, a últimas fechas, una cada vez más grande red de corrupción en la que jovencitos, policías y autoridades delegacionales o municipales obtienen ganancias millonarias por vender espacios de calle para estacionarse.
Estos jóvenes, dedicados al oficio creado de “cuidar coches”, producto de la inseguridad y el robo de partes y autos en las ciudades, han llegado a formar auténticos ejércitos y, para no variar en nuestra corporativa sociedad, han sido organizados por algunos líderes vivales que les han hecho creer que el suyo es un trabajo legítimo y que son los dueños de las calles. El gobierno, lejos de ayudarlos y sacarlos de su error ofreciéndoles otras opciones o de hacer valer la ley para defender el carácter público de las vías y calles, ha permitido y tolerado la corrupción de sus policías y funcionarios que los utilizan y explotan.
Incluso las autoridades llegaron al cinismo de intentar “regularizarlos y empadronarlos”, como una forma tácita de reconocer y legitimar su oficio ilegal y de sacarles provecho político a las hordas de jóvenes, muchos de ellos en edad de votar, que forman los ejércitos de franeleros. En algún momento proscribieron la actividad como un delito, en el caso de la Ley de Participación Ciudadana, que penaliza la venta de espacio público en la ciudad de México, pero aun con esas disposiciones la actividad continuó y sigue creciendo.
El resultado de todas esas corruptelas y decisiones torpes de las autoridades han dado como resultado que el de los franeleros se convierta en un nuevo grupo de presión para los ciudadanos y para la misma autoridad que lo permitió, utilizó y toleró. En el caso de la instalación de parquímetros en la zona de Polanco, en el DF, los grupos de franeleros que trabajaban en la zona se han opuesto a que la autoridad instale máquinas de cobro por el estacionamiento en la vía pública, porque consideran que esa es su fuente de trabajo y que ellos tienen prioridad en la comercialización de la calle.
Al grito de “Marcelo, entiende, la calle no se vende”, han protestado y bloqueado calles en rechazo a que el gobierno de la ciudad instale y opere los parquímetros, amenazan con sabotear su funcionamiento y en el peor de los casos exigen que las autoridades, que “nos están quitando nuestro empleo”, les otorguen un nuevo trabajo.
Las protestas son el fiel reflejo de cómo en este país, y particularmente en esta ciudad, lo ilegal, lo informal y lo pirata han tomado carta de naturalización. Entre las necesidades apremiantes de la población, la corrupción de las autoridades y la cultura de la ilegalidad enraizada en nuestra sociedad, el resultado es que lo ilegal sea visto como “normal”, que prolifere la informalidad entremezclada con actividades delictivas, y que quienes se dedican, por gusto o por necesidad a las actividades informales y/o ilegales, sientan que les asiste el derecho y que su actividad es legítima y digna porque el Estado no pudo darles nada más.
Así que acostumbrémonos, la ilegalidad está asfixiándonos y comienza desde un jovencito que decide pintar con spray una fachada y ve que no le ocurre nada, hasta otro que exige un pago por un lugar en la calle, aumenta con un delincuente que se roba una parte de un auto, sigue con un sicario que mata por dinero y así sucesivamente hasta que tengamos, como ya casi lo tenemos, a lo ilegal por encima de todo.
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