En 1932 tras la renuncia de Pascual Ortiz Rubio a la Presidencia de la Republica, el Congreso de la Unión designa a Abelardo L. Rodríguez.
El virrey Venegas se refirió a los rebeldes como insurgentes de manera despectiva, pero el termino se convirtió en motivo de orgullo para los insurrectos.
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