En 1810 en Guadalajara, Miguel Hidalgo e Ignacio Allende, constituyen el primer gobierno provisional del México Independiente.
Ambas eran madre de Dios. En dos de sus advocaciones, la Virgen tenía miles de fieles que desde el siglo XVI se habían rendido ante sus milagrosas intercesiones. El pueblo, los indios y los mestizos se veían reflejados en la Virgen de Guadalupe. Los españoles admiraban la tez rosada de la Virgen de los Remedios. La guerra de independencia las enfrentó como abanderadas de insurgentes y realistas. Durante los 11 años que duró la guerra, la Guadalupana ocupó un lugar fundamental para la causa insurgente. Hidalgo cargaba siempre con una imagen de la Virgen morena. En los Sentimientos de la nación, Morelos propuso que la celebración oficial de la "patrona de nuestra libertad" fuera el 12 de diciembre. La respuesta española fue inmediata. El virrey Francisco Xavier Venegas mandó traer la imagen de la Virgen de los Remedios para enarbolarla como bandera de los ejércitos realistas e incluso le otorgó grado militar, desde entonces se le conoció como La Generala. Al final, triunfó la causa insurgente y la Virgen de Guadalupe. No en términos religiosos, ni porque fuera mayor la devoción del pueblo por ella; venció porque era un símbolo de unidad; un elemento que conjuntaba a todos aquéllos que se consideraban pertenecientes al mismo terruño; aquéllos que veían la historia desde 1521 como algo común a todos. La Guadalupana era una Virgen innegablemente mexicana. Con la consumación de la independencia, en 1821, llegó la reconciliación de ambas advocaciones a los ojos de los mexicanos: La Morena y La Generala compartirían un futuro común en un país que iniciaba su andar en la historia.
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