En 1810 se publica en Guadalajara, El Despertador Americano, primer periódico insurgente.
El 27 de noviembre de 1930 apareció en la primera plana de los diarios de mayor circulación nacional una noticia navideña: “Quetzalcóatl será el símbolo de la Navidad en nuestro país”. De acuerdo con el gobierno de Ortiz Rubio, de ahora en adelante, sería esa deidad y no Santa Claus quien le traería regalos a los niños. A la mañana siguiente el escándalo: “Quetzalcóatl arma alboroto”. ¿Iba a repartir regalos a los niños una “piedra emplumada”? ¿Se usaría a un “dios pagano” para celebrar el nacimiento de Cristo? ¿Cuánto más tendrían que aguantar los buenos católicos de los gobiernos revolucionarios? La oposición a la iniciativa oficial fue generalizada, pero se encontró sobre todo entre quienes veían la imposición de Quetzalcóatl como un nuevo atentado a la religión católica, demasiado cercano al doloroso episodio de la Cristiada. Sin embargo, los defensores de Quetzalcóatl esgrimían razones contundentes a cada reticencia para sustituir al “exótico” viejito. El mítico héroe reunía todas las virtudes: era sabio, civilizador, artista, honesto, pacífico, divino, y hasta cristiano, pues no se había olvidado la sospecha de que realmente hubiera sido el mismísimo Santo Tomás, que habría evangelizado a los indígenas americanos antes que la corona española. El proyecto oficial siguió adelante y el 23 de diciembre de ese año se celebró el anunciado festival en el Estadio Nacional, donde Quetzalcóatl entregó dulces, regalos y “sweaters rojos” a 15 mil niños mexicanos. Después de esa Navidad de 1930, el “Santa Claus Mexicano” nunca más volvió a ver a los niños subir por la escalinata de su Templo, en busca de los regalos que salían de su ayate divino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario