viernes, 24 de febrero de 2012

Para el mal de amor… antidepresivos

AntidepresivosA ver si encuentras otra idiota como yo” es la frase más común en las despedidas. Claro, esa y otras expresiones supuestamente irreversibles, como “pero un día te darás cuenta de tu error y será muy tarde”. Creo que tengo suficientes lugares comunes en mi colección de adioses.

“Eso sí, idiota, ni se te ocurra buscarme”, me advirtió alguna ex novia. Y le hice caso, aunque no voy a negar que sus llamadas a las tres de la mañana me inquietaban un poco, hasta que se volvieron un fastidio. Yo le recordaba su despedida: “¿Te cansaste de que este idiota no te buscara?”. Pero ella siempre tenía una salida: “No te llamo para que regresemos, sólo que me invites una chela en tu depa”. Tan fácil que era aclarar que el alcohol la desinhibía y que tenía ganas de cojer. Pero bueno, las mujeres suelen complicarse a la hora de hacerle caso a sus deseos. Pero si se trata de mandarte a la chingada no se andan con rodeos. Se les da naturalito eso de ofenderte como si nada: “Pero estás bien pendejo si crees que voy a volver contigo”. Y la mayoría de las veces no reparan en que la rabia es una serpiente que tarde o temprano se volverá en su contra. Por lo general las mujeres se van con la sensación de haber invertido tiempo y esfuerzo en quimeras. Y es entonces que pasan a hacer un recuento burocrático de lo mala que era su relación, de los pésimos ratos, de la poca atención del idiota que no supo valorarlas. Ya después entran en la fase del “qué voy a hacer ahora”, como si no hubiera otro sendero hacia lo que ellas llaman “la felicidad”. Y paradójicamente se sienten muy infelices sin el estúpido que solía hacerlas infelices.

Lo que sigue es bastante común: ahí están checando el celular a todas horas, para ver si el “imbécil” no les ha mandado un mensajito. Y se meten al Facebook a husmear en el muro del “estúpido”. Y se quieren morir cuando el “maldito” responde feliz el comentario de cualquiera de “las zorras” que lo merodean. Maldito, desgraciado, infeliz, se ve que la pasas re’bien ahora que no estás conmigo... es lo mínimo que piensan mientras su tranquilidad es carcomida por el animalejo de los celos. Para avivar el fuego de la ira, checan las fotos de la “ofrecida”: Pinche vieja fea, ni-que-estuviera-tan-buena, sólo las zorras usan esos escotes... Y se engañan repitiéndose que aquella “furcia” no vale la pena, aunque se vea muy bien en las fotografías. Es entonces que no pueden más: ¿Y sí se encuentra a otra? No, no puede ser, no me puede olvidar. No lo puedo permitir. Y comienzan a revivir los buenos momentos, las noches en la cama, el placer de las madrugadas, las caminatas del otoño, la manera en que la abrazabas, esa forma en que se sentía protegida. Y si por ahí tienen alguna chance, no pueden evitar compararte con el pretendiente en turno, con el prospecto de galán. Y tarde o temprano terminan buscándote: te mandan un mensaje al celular, te ponen “hola” y una carita sonriente en el messenger, o simplemente un “me gusta” en el Facebook. Nunca falla. Bueno, casi nunca. Ah y también hay hombres que siguen los mismo patrones. Es que sus madres los exponían a sobredosis de dramas telenoveleros.

Cuando le dije que la pasión por definición no puede durar/ cómo iba yo a saber que ella se iba a echar a llorar./ ‘No seas absurdo’, me regañó, ‘esa explicación nadie te la pidió,/ así que guárdatela, me pone enferma tanta sinceridad’./ Y así fue como aprendí que en historias de dos conviene a veces mentir,/ que ciertos engaños son narcóticos contra el mal de amor”: Sabina era mi consejero de cabecera cuando todo iba mal con Denisse. Ella se empeñaba en “salvar la relación”, pero la neta es que se auto recetaba placebos contra el fracaso. Hacía tiempo que no soportaba mi mal humor. Hacía rato que yo no aguantaba sus frivolidades. Sí, me gustaba todo lo guapa que era. Y sí, teníamos momentos muy buenos. Sólo que ella era demasiado celosa e insistente con aquello de que “te la pasas checando tu Facebook a todas horas”. Y eso que le había advertido que tenía que estar en contacto con mis amigos y lectores. “Además, eres muy amable con las pinches viejas que te hacen comentarios”, remarcaba. Si algo le pone hielo a una relación son los malditos celos. Ella no veía que yo era igual de atento con hombres y mujeres. Sus fantasmas eran siempre las mujeres. Y como canta Sabina “Yo le quería decir que el azar se parece al deseo,/ que un beso es sólo un asalto y la cama es un ring de boxeo,/ que las caricias que mojan la piel y la sangre amotinan,/ se marchitan cuando las toca la sucia rutina”. Pero ella prefería anestesiar sus miedos con somníferos para el mal de amor. Así que poco a poco nos fuimos despidiendo, en pésimos episodios. Y terminó maldiciendo a este imbécil que está “bien pendejo” si piensa que ella lo seguirá esperando. Y ya no me manda mensajes en la madrugada, ni me dice “hola” por el messenger, pero sigue hurgando en mi Facebook y de vez en cuando clickea un “me gusta” en algún video de Calamaro o en una cita textual de Joaquín Sabina.

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