En 1871 al grito de Sufragio efectivo, no reelección, Porfirio Díaz lanza el Plan de la Noria con el que desconoce al gobierno de Benito Juárez.
La doctrina espiritista floreció en México en el último cuarto del siglo XIX. Provenía de Europa y encontró arraigo en los estados del norte. Francisco Ignacio Madero no fue la excepción. En la biblioteca de su padre conoció textos sobre espiritismo y establecido en San Pedro de las Colonias, Coahuila, se dio a la tarea de difundir la doctrina. Fundó y dirigió el Círculo de Estudios Psíquicos de San Pedro y en las tradicionales sesiones de miércoles y sábados, Madero desarrolló una facultad que le había sido revelada años atrás en un círculo de París: la de médium escribiente. Entre 1901 y 1908, Madero puso en práctica su “mediumnidad” y en trance escribió una serie de textos considerados por quienes asistían a las sesiones y por el propio Madero, como verdaderos mensajes dictados por espíritus. Las comunicaciones espiritistas no tenían nada de sobrenatural.
Eran al mismo tiempo una lección de moral y de civismo. De acuerdo con los dictados de la Providencia, Madero debía prepararse física y mentalmente para la misión que le deparaba el destino: liberar al país de la oprobiosa y decadente dictadura porfiriana. Comenzó entonces a disciplinar su cuerpo y a someter sus pasiones. Junto con la formación espiritual dedicó horas a su preparación cívica: leía historia de México, seguía paso a paso el desarrollo de la política nacional, practicaba oratoria y anotaba metódicamente, siempre en libretas foliadas, sus reflexiones sobre la situación del país. El resultado fue contundente: en diciembre e 1908, inspirado por el espiritismo, Madero prendió la mecha democrática que incendiaría al país entero: publicó su controvertido libro La sucesión presidencial en 1910. A partir de ese momento, nada volvió a ser igual.
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