En 1910 hace 100 años comenzó la revolución mexicana encabezada por Francisco I. Madero.
En 1910, la República tenía 15 millones de habitantes. El México porfiriano tenía dos rostros: el del progreso material y el de la desigualdad social. Las contradicciones eran terribles y el México bronco resurgió furioso de las entrañas de la nación. Contra los agravios políticos la respuesta fue “sufragio efectivo, no reelección”. Contra los agravios sociales el grito fue de “tierra y libertad”. El reclamo era legítimo: “Justicia y ley”. La violencia revolucionaria destruyó el orden porfiriano y la estabilidad del país por décadas. Un millón de víctimas ocasionó la revolución en el periodo 1910-1921. Setenta mil más generó la rebelión cristera entre 1926 y 1929. La mayoría de las víctimas fueron civiles. De 1911 a 1940 la república tuvo dieciséis presidentes. Cuatro fueron restos del naufragio porfiriano. Los demás surgieron de los campos de la revolución. Ninguno pudo gobernar en condiciones normales. Por momentos, poder y muerte fueron sinónimos. Los porfiristas dejaron el poder añorando la “mano dura” del dictador; los revolucionarios fueron incapaces de cerrar la caja de Pandora y paulatinamente regresaron a las viejas formas de simulación y control porfirianas creando un sistema antidemocrático alejado de los principios fundamentales del movimiento iniciado en 1910. En 1946, cuando el intelectual e historiador Daniel Cosío Villegas escribió La crisis de México (1946) y anunció la muerte de la revolución, no se equivocó en su juicio: “Todos los hombres de la revolución mexicana, sin exceptuar a ninguno, resultaron inferiores a las exigencias de ella”.
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