En 1815 José María Morelos y Pavón, hecho prisionero, llega a la Ciudad de México y es conducido a la cárcel de la Inquisición.
El caos en el que cayó el país con la revolución, hizo surgir una serie de caudillos con personalidades excéntricas, llevadas al límite, que sólo se entienden y explican en un momento de desquiciamiento colectivo. Madero profesó con férrea convicción el espiritismo y creía que había sido elegido por la Providencia para salvar a México. Emiliano Zapata no consideraba la tierra como un medio de producción sino como un símbolo donde se fundía la vida y la muerte otorgándole un sentido sagrado; Venustiano Carranza regía sus actos inspirado siempre en la historia y particularmente siguiendo el ejemplo de Juárez; en 1913, puso en vigor la ley con la que don Benito persiguió a los enemigos de la República en 1862, cuando sobrevino la intervención francesa y el imperio de Maximiliano. Pancho Villa era poco menos que bipolar en ocasiones lo asistía un ánimo constructor y se dolía de la injusticia por lo cual mandaba construir escuelas, se preocupaba de los huérfanos y las viudas de su movimiento; pero en otros momentos surgía la fiera, el hombre arrebatado y caprichoso que no tenía escrúpulos y permitía todos los excesos, decían que la pistola era una extensión natural de su brazo. Álvaro Obregón tenía una obsesión involuntaria por la muerte, y la muerte lo respetó. Hasta antes de su asesinato, estuvo a punto de morir en cuatro ocasiones: Villa ordenó su fusilamiento en 1914, y al final la libró; perdió el brazo en 1915 por una granada y sacó su pistola para quitarse la vida pero estaba descargada. Fue víctima de un atentado dinamitero en Chapultepec en 1927 del que salió y ileso, hasta que alguien llamado José de León Toral decidió cambiar su vida por la del invicto general, lo cual ocurrió en 1928, en La Bombilla de San Ángel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario